Lorca va sobre el tiempo, flotando como un velero, flotando como un velero.
Caminando por el sendero verde de la flora que se hondea con el viento a favor de la muerte, Federico se rodeaba de todo tipo de insectos forjados por la luz de la Luna. Quizás es verdad que no fuese la Luna, sino los insectos quienes alumbraban el camino, como un remolino de luciérnagas fieles al color de sus cuerpos y fieles a un destino casi predestinado por los tiempos. Nos puso en la boca, como una mamá pájaro que alimenta muchos picos, el sinfín de posibilidades que podían brotar y ser escupidas por cada cual que leyese su visión del mundo y de la vida, y ninguna fija, ninguna; plasmaba sus ideas como queriendo explicarse a sí mismo, pero logrando explicarnos a todos con el buen sentir de la vida de un poeta: para sí, pero sobre todo para muchos. El entendimiento surge de cada cual, y cada cual diferente. Y se nos estampan en la memoria y en los sentidos todos los colores de su vida y de su muerte: verdes, rojos y amarillentos agrietados de las paredes de un patio de luces gitano. Azules, blanquecinos y negros de una ciudad de rascacielos. Su vida en una gama, en la paleta de un corazón latente, resignado, osado, como una lengua de fuego que aparece al final de un gran túnel oscuro y muerto de frío. A espaldas, el peso de las sombras entre la luz cohibida, tanto que era como si una tristeza enraizada formase parte de su rostro. Como un ojo, una nariz, una pestaña, estaba la tristeza.
La arena que tragó Lorca antes de morir era tan amarga como el abuso que revoloteaba por sus sienes. En la cuneta cayeron sus huesos acompañados de desasosiego y ya nadie lo miraba desde arriba, sus ojos se cerraron con lágrimas por haber perdido. “Un gran poeta, un hombre de izquierdas y un homosexual”, suficiente para ser fusilado con rencor. Insultado en su lecho de muerte fue acusado y gritaron sobre él, quedando aniquilado con las palabras. Al resonar el disparo debió notarse, debió palparse que ya no estaba.
“Subí al árbol más alto
que tiene la alameda
y vi miles de ojos
dentro de mis tinieblas”
Medio pan y un libro
“Medio pan y un libro” es el título que Lorca dio al discurso que pronunció en la inauguración de la biblioteca de su pueblo natal, Fuentevaqueros. Federico, siempre anhelante de alegría; o sea de progreso; o sea de vida. Creador y director de “La barraca”, entendió siempre que en la cultura está la vida y en la ignorancia la muerte. Un alma sin cultura es un alma perdida. Queremos recordar este discurso porque cuánta fuerza cobran hoy esas palabras que resuenan en la distancia.
“Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio del Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social… Porque es necesario que sepáis todos que los hombres no trabajamos para nosotros sino para los que vienen detrás, y que este es el sentido moral de todas las revoluciones, y en último caso, el verdadero sentido de la vida”
Nosotros. Hoy. Azotados por una pandemia mundial que ha desestabilizado los cimientos de la humanidad tal y como la conocíamos. Lorca. Hace más de cien años. Sufridor también de una pandemia, pero esa no se atajaba con medicamentos ni con ciencia, sí con conciencia, y educación, y cultura. Junto al brote de la covid -19 han venido aparejados otros rebrotes de odios pasados que no pueden entenderse sino como consecuencia de una imposibilidad de conciliación y una continuidad de trincheras, que no son bélicas, pero sí verbales, y ataques injustificados.
Y en medio del tormento que le sacudía todavía quedaban palabras de amor, que tan delicadas como la arena, llenaban corazones. Sufría y era odiado pero nunca sembró la rabia, solo volaba entre versos y poemas. Y abriendo los cajones lo recordamos con afecto como a los grandes que se alejaron pisando y anhelando la libertad. Asemejamos a locos descamisados pero repletos de banderas con los monstruos perversos que nos privaron del arte aunque no sabían que no podían secarlos porque la savia brotaba y se escurría por los rincones. Ahora imploran y gritan, sin razón ni modales, y demuestran su escasa sensatez. Lorca los miraría con desagrado y, sin metáforas funestas, correría por los campos para pensar que era un sueño.
“Que no valen armas ni sangre si las ideas no están bien orientadas y bien digeridas en las cabezas. Y que es preciso que los pueblos lean para que aprendan no sólo el verdadero sentido de la libertad, sino el sentido actual de la comprensión mutua y de la vida.”
Los amores oscuros
“Yo fui el último amor de Lorca y, tal vez, la razón de su muerte”. Así empieza la obra Los amores oscuros, de Manuel Francisco Reina, basada en las confesiones de Juan Ramírez de Lucas, ese rubio de Albacete que “vino, madre, y me miró, ¡no lo puedo mirar yo!” y quien probablemente inspirara los Sonetos del amor oscuro. Conoció al rubio entre pintura y poesía, y al lanzar la mirada entre ellos se fundía la pasión. La luna desde arriba y las aguas de los mares lanzaban cantos pero ellos se alejaban por la inquina de los maltratadores, los mismos que acuciaban golpes y golpes hasta hacer sangrar.
El director teatral Juanma Cifuentes apostó por la representación de esta novela. Y acertó. Vaya que si acertó. Con la maestría de José Luis Montón a la guitarra y la voz y la danza de Clara Montes, recrea todo ese mundo poético lleno de símbolos, magia y presentimientos trágicos que rodeó al poeta. Alejandro Valenciano y Antonio Campos, Lorca y Juan Ramírez de Lucas respectivamente nos llevan de la mano para contarnos su historia porque “es hora ya de evitar las sombras porque no hubo sombras en ese amor… Solo en este país se mata a los ruiseñores… y a los poetas”.
Anécdotas de Federico, recogidas por su amigo, Rafael Martínez Nadal
Federico, Federico García Lorca, se alimentaba de poesía, como quería su maestro Juan Ramón, la palpaba, la respiraba cada hora y en cada rincón de su huerta. Un amigo suyo, Rafael Martínez Nadal, cuenta cómo el niño Federico fraguaba ya su estilo lírico y su popularidad. Lorca sufrió una enfermedad de pequeño que le impedía correr. Él mismo le confesó a Rafael que fue una suerte porque le obligaba a inventarse historias, poemas y dramatizaciones. Necesitaba que los muchachos estuvieran con él, retenerlos a su vera. Porque era un ser social por naturaleza.
Nos cuenta Rafael, con la voz quebrada por la melancolía, que en la Residencia de Estudiantes solían reunirse para hablar, recitar poesía, fumar y beber té. El té corría en esas reuniones envuelto en humo y, a propuesta de Federico, se leía al final de la velada algún poema de un autor clásico. Cuando alguien no recitaba bien, Lorca lo repetía por aclamación popular. Muchos de los presentes lo leían mal adrede para escuchar al granadino. No faltaban a estas reuniones sus amigos Dalí, Buñuel y Pepín Bello.
En casa de Martínez Nadal trabajaba una criada analfabeta a la que le gustaba escuchar a Federico a través de la puerta. Cuando Lorca se dio cuenta, la invitó a pasar a la sala donde estaban para recitarle el “Romance sonámbulo”. La chica le expresó su opinión: “Aunque usted no lo crea, esta copla la entiendo, la entiendo”. Qué pena no conservar ningún documento sonoro de esa voz única que tanto duende tenía.
El fatídico día que estalla el Alzamiento, el 18 de julio de 1936, Federico está en casa con su padre y con Martínez Nadal. Rafael lo encontró angustiado y con mala cara. Les cuenta que ha tenido una pesadilla: “Tres mujeres vestidas de luto con grandes crucifijos cantan letanías a su alrededor, como presagio de algo terrible”. Todo buen vate es un visionario, un escrutador de la miseria humana.
Federico era un hombre alegre, que desprendía un halo de simpatía que entusiasmaba a todos, sin embargo, en sus obras se cierne una penumbra, una pena negra escalofriante. Lorca presagió no solo su final trágico, sino el de España. Era un aedo a la manera antigua, un poeta de cuerpo entero y de palabra eterna.
Viñeta de unos paisanos manchegos, de Tarazona de la Mancha, ya casi mundialmente conocidos como “Iñaki y Frenchi”, que son dos, y no uno como algunos creen. Desde sus inicios, poco a poco se van convirtiendo en auténticos referentes del viñetismo gráfico desde una vertiente satírica y mordaz, apostando desde el primer momento por la cultura. A Lorca le gustaba dibujar e ilustraba sus obras teatrales y poéticas. Seguro que si se asomara por un agujero del tiempo estaría orgulloso de ellos, por su arte y por la defensa a ultranza de la bandera de la libertad, donde Lorca bordó el amor más grande de su vida, y aceptaría encantado que ilustraran alguna de sus obras. Porque sí, ellos también están ganando. Síguelos si te quieres reír un ratico: iñakiyfrenchy.com @inakiyfrenchy76.
Dejamos a su vez una presentación en la que podéis ver algunas anécdotas, curiosidades y fotografías: Federico García Lorca. Y por último, la escena tan emocionante de la serie "El Ministerio del Tiempo".



" ... Nosotros no las vemos,
ResponderEliminarlas hormigas comentan.
Y el caracol, mi vista
solo alcanza las hierbas"
Que nada me interesa de alrededor
y me subo a lo mas alto de la locura,
Me encuentro a mi princesa hablando con la luna
Echándose carreras a ver quién es mas puta."