En estos días extraños... un pequeño homenaje.
Días extraños, días de incertidumbre, de encierro, de miedo. Días de reflexión. Soy profesora de secundaria, y para mí, mi trabajo mi pasión. Pero hoy no quiero hablar de docencia. Que nuestra situación no es idónea es obvio, que nuestra labor es encomiable sobre todo en estas circunstancias, también. Hoy los grandes protagonistas son los sanitarios. Si esto es una guerra, ellos son nuestros soldados, dejándose literalmente la piel y el alma en las batallas. Y en las guerras, uno demuestra de qué pasta está hecho: el coraje, el valor, y sobretodo la VOCACIÓN.
Ambas profesiones poseen un denominador común: docente no es quien enseña un contenido a lo que sanitario no es sólo quien cura. Así de simple. La diferencia entre un buen o mal profesional no es otra que el factor humano.
Cuando comenzó toda esta situación, mi amiga Cristina, enfermera, me llamó contándome lo asustada que estaba por la cantidad de enfermos y los pocos medios. Lloraba desconsolada por los que iban a morir, como un duelo por adelantado. Días después, se armaba de coraje y, resignada, sentenció: “he hecho callo”. Lucha en un centro de salud y en una residencia de ancianos con su mejor cara, escuchando las historias que cuenta cada mirada con la dulzura que la caracteriza y con el alma rota. Blanca, enfermera, salía de una guardia derrotada y nos visitó para curar una herida a mi hijo como un gran favor. Con lágrimas en los ojos, decía: “yo he estudiado para salvar vidas, no para acompañar a morir a la gente por falta de medios”. No tiene medios, pero su sola presencia es luz. Elvira, enfermera, me decía que “ahora más que nunca tenemos que estar fuertes para nuestros pacientes en el momento que nos ponemos el pijama. Ya lloraremos en casa”. Y esa fuerza interior de la que siempre ha hecho gala, es su mejor medicina. Carmen, internista de baja por maternidad, me contaba que se siente frustrada por no poder estar en primera línea por su situación personal. Todos a su alrededor estamos informados y esperanzados, demostrando que la medicina no sólo se practica en un hospital. Su marido, Miguel, cardiólogo, pone su genialidad en su puesto de trabajo con una sonrisa y con buen humor, para desmoronarse en su hogar. Liria, auxiliar de enfermería cuidando ancianos en una residencia, y Rossi, cuidadora particular, han estado aisladas de sus maridos e hijos porque cayeron enfermas. Oír llorar a los pequeños en la puerta de la habitación y no poder consolarlos ha sido una de las pruebas más duras para ellas. Pero el gran amor hacia “sus abuelos” que ambas sienten les llega incluso desde la lejanía.
Son una pequeña muestra de que ese factor humano del que hablaba al principio, lo es todo ahora que el desconocimiento de esta enfermedad, la falta de un remedio y la falta de medios nos gana el pulso físico, pero nunca el moral. Hace muchos años, mi mejor amiga, Paula, me dio el mejor consejo de mi vida: “Ana, uno tiene que estar siempre donde debe estar”. Se nota que es filósofa. Esta es la piedra angular de esta reflexión. Cuando esto pase, todos nos preguntaremos dónde estábamos en la pandemia, si era donde debíamos. Y lo único que tengo claro es la respuesta para los trabajadores de la sanidad que me rodean: un rotundo SÍ. Estar no sólo es un verbo físico. También tiene una connotación íntima ejemplificada con “estoy contigo”. Sé que ESTARÁN luchando por curar hasta el último aliento, ESTARÁN felices y victoriosos en cada alta, y que cuando fallen los medios, la medicina o el cuerpo, ellos ESTARÁN acompañando en el último viaje. Sólo puedo pensar que sus pacientes son muy afortunados.
Sin palabras. 👏🏽
ResponderEliminarPrecioso homenaje, Ana. ¡Qué bien te expresas "seño" . Cuando uno se rodea de buenas personas, se rodea de excelentes profesionales en todos los ámbitos. Estoy segura de que compañeros y amigos están dando lo mejor de sí mismos, en estas difíciles circunstancias que vivimos.
ResponderEliminarEl comentario anterio no es de una desconocida. Soy Maribel León.
ResponderEliminar