a Mar

Ojalá el mar amara, para poder explicarnos.

El amor es como navegar por el mar: un continuo y liberador estallido del viento en la cara, la inestabilidad de lo tambaleante, el sonido del oleaje salvaje que se torna imperceptible para oídos acostumbrados de soberana marinera, el aroma a sal de agua o el gusto a lágrimas de sal, la incertidumbre emanada de la línea del fin del mundo y un sol muy predecible y sin amigos, jugando a su propio escondite sobre ella. La ferocidad insaciable de tirones de cuerda, velas temblorosas hartas de su mástil, leves soplos de libertad supurados por pájaros de jaula, el viento a favor y en contra, rapidez, huida, choque, ancla; eternas vorágines dentadas que sumergen y desgarran y hunden y matan, bestias hambrientas nadando al compás del remolino, incesantes rugidos, amarre, fuerza, alzamiento, frío agonizante, y calor, noches de estrellas-coctelera (que remueven todo por dentro), faros que iluminan, faros que no lo hacen, "¡tierra a la vista!", alegres delfines, lentas ballenas, orcas benévolas, sirenas que primero matan y luego cantan y tiburones exentos de su condición de asesinos. 
Existen, sin embargo, tantos tipos de amor como podamos llegar a imaginarnos, y varía dependiendo de cada una de las personas que llegan a sentirlo. Para algunos huele a café con tostadas por la mañana y a humo, a vapor de ducha, a sábanas limpias, a mermelada de fresa y a macedonia. Para otros, el amor es el escalofrío que te sube por las piernas si sientes una bomba de calor después de llevar mucho tiempo helada, y viceversa; es el sol tímido de madrugada, el sol ardiente de mediodía y el sol cansado e inerte de todos los atardeceres. Es abrir las ventanas de par en par y dejar que vuelen las cortinas, disecar flores hasta que sea necesario tirarlas o cerrar los ojos, a ver qué pasa.
Es un errante cargado de artilugios, algunos baratijas y otros enquistados en diamantes, que vende a precios aleatorios sus productos a todo aquel que precise de ellos y esté dispuesto a prescindir de otros, que pide limosnas por sus servicios y hace todo lo posible para que sientas un gran vacío cuando continúe su camino, sin avisar antes con tres días de antelación. No obstante, amar sin darse cuenta puede llegar a ser como andar de noche mirando a las estrellas: no sigues el camino que pisas, y continúas, corres obnubilada, ríes, hablas, gritas, vives, con la certeza de que tienes algo entre las manos y de que va a seguir por mucho tiempo entre las cosas que atesoras bajo tu cobijo como si todas tuviesen el pico roto, alimentándolas y dejando que tus brazos se acostumbren a la forma de sus huesos, hasta que llega el momento en el que, de repente, comprendes que se han ido.
Las cosas pasan de forma rara según las veo. Un día tienes algo y, al día siguiente, simplemente ya no. El precio a pagar por lo inmensamente bueno de amar es el dolor y, en algunos casos (o quizá en todos), el duelo.
Y, sin embargo, pese a este ovillo de enredos, siempre (aunque sea una palabra muy grande) deambula el poder de querer de esta forma a muchas cosas y al mismo tiempo. Incluso quien menos ama, ama algo, porque todos tenemos el miedo abrumador de perderlo. 
Es, por tanto, el amor un sinfín de flores de todos los colores en vírgenes campos infinitos, un conjunto de costumbres acomodadas y acumuladas entre los dedos, pájaros que se enredan y revolotean entre más pájaros que revolotean y se enredan, una aureola de motas de polvo que levitan juguetonas entre el haz de luz que se cuela, los primeros días de primavera, los de verano, los de otoño, y los previos al inicio del invierno; es el impacto de las olas, la curva que dibujan en la arena, su retroceso y también la espuma que dejan abandonada y sin consuelo. Es la furia, el temple, la calma, y la nada, el pálpito, las ganas, el paso y el logro, la morfina, la euforia, la caída, el golpe, la herida e, irrefutablemente, la vida.


(Este apartado del blog va expresamente dedicado a cualquier cosa que ames realmente: puede ser una persona, un pez, un lápiz o tú mismo, que al fin y al cabo es lo más importante ;)

Me despido con un poema de Sabina que me gusta mucho y que le va que ni pintado:

Lo peor del amor, cuando termina,
son las habitaciones ventiladas,
el solo de pijamas con sordina,
la adrenalina en camas separadas.
Lo malo del después son los despojos
que embalsaman los pájaros del sueño,
los teléfonos que hablan con los ojos,
el sístole sin diástole ni dueño.
Lo más ingrato es encalar la casa,
remendar las virtudes veniales,
condenar a galeras los archivos.
Lo atroz de la pasión es cuando pasa,
cuando, al punto final de los finales,
no le siguen dos puntos suspensivos...


Comentarios

  1. Y ójala todo el mundo te leyera, para poder entender...

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  2. ¡Pero niña! Me has matado para volver a revivirme. Siempre me sorprenderás con tu forma de hilvanar. Y ese es uno de mis poemas favoritos de Sabina.

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